15 de octubre de 2008

Dúos

partes dos






- ¿Lograste averiguar algo?


El auto se desplazaba lentamente acercándose a la cabina de peaje, la calefacción esta al máximo. David suda, Irene deseaba unos 10 grados más.


-La próxima, yo viajaré ¿cuando usaras la ropa que te regale?, ¡no es muy agradable manejar en un sauna! – David bromeaba, imitando las palabras que hace un mes Irene uso para regañarle por no usar la ropa adecuada después de un viaje. Pero no era su culpa esta vez.

Cuando escaparon el auto estaba vigilado e improvisaron. Irene aun seguía inconsciente, y parecía que cada paso aumentaba su peso, debían moverse rápido y cruzar los dedos para que esta vez todo fuera tan impuntual como lo habían pensado. Y lo fue, con 15 minutos de retraso el taxi apareció en el frontis de la casa.


Eso les dio los 5 segundos de distracción que necesitaban para llegar a la otra acera y entrar en la camioneta. El conductor solo escucho la suplicante voz de David pidiendo ir a un hospital, no necesitaba saber más al ver a Irene desnuda envuelta en una frazada y con el pelo goteando. A simple vista, un intento de suicidio. Aunque la camioneta aceleró rápidamente no llamó la atención y los semáforos no podían negarse a la petición de los juguetes de David.

Ya en el hospital, estaban a salvo. Todas las preocupaciones, lamentos y dolores bloqueaban su rastro, no existía sabueso que lo rastreara y ningún dispositivo que pudiera detectarlos en el interior. Aun así debían moverse rápido, sus seguidores habían dado una vez con ellos y mejoraban en cada intento. Cualquiera podía ser el enemigo, incluso aquel indiferente cobrador de peaje.


- Su vuelto, Que tenga un buen viaje- con un entusiasmo poco creíble el joven entregó la boleta sin antes notar la capa de sudor que bañaba a David. Unos tres kilómetros después estaban llegando a la cabaña que arrendaron hace unas semanas, Irene ya había dejado de templar, su respiración era casi normal.


Entraron a la cabaña, aun se percibía el claro aroma a perro mezclado con el incienso favorito de David. Las armas no estaban ni sus ordenadores y todos los muebles, fuera de su lugar. Irene se las arregló para dar con uno de sus jeans y su clásica chaqueta. Mientras su compañero acomodaba los cojines del sofá y se sentaba como toda persona buscando algo del Edén después de un día ajetreado.


Obviamente, les habían seguido, a cierta distancia, pero con Irene ya repuesta todo sería mucho más fácil. Sentados los dos en el sofá, ella notó el hedor de su compañero y aunque era imposible que el mejor desodorante funcionara después de ese viaje en un Sauna-Móvil, no pudo evitar su mirada de reproche, en respuesta David con su mirada le dijo: ¡hay cosas más importantes en estos momentos! , de todas formas el también sentía y apenas aguantaba su aroma.


Pasaron los minutos y no se acercaba nadie a la cabaña, los aparatos de David no funcionaban sin el resto de sus elementos, permanecieron quietos y en silencio hasta que el ladrido lejano de unos perros les aviso que estaban cerca. Por el camino se acercaba a toda velocidad una camioneta con dos ocupantes y dos perros, perros que David ya conocía.


– Entonces quienes “limpiaron” la cabaña estan aun cerca, en el techo o en el bosque, la próxima vez menos ventanales- pensó Irene.


A través de los vidrios vieron como cinco sujetos se descolgaban del techo, continuaron sentados esperando, escaparían luego, tal vez ya en la carretera o cuando los llevaran a la camioneta algo siempre se les ocurre en estos casos. Pero esta vez, no fue necesario. Los cinco hombres entraron a la habitación, dejaron sus armas en el suelo y salieron por la puerta principal, donde la camioneta los esperaba. El copiloto sacó su arma y apuntando al cráneo de uno de los canes, acabo con el mejor seguidor que habían logrado entrenar, después del segundo disparo se subió a la camioneta y los siete hombres se marcharon por el mismo camino.

Irene y David se miraron, de algo se habían perdido, al parecer algún memo no les había llegado a su casilla de correo. Extrañados por como habían sido olvidados por sus captores los pasos firmes de unos tacos los alertaron.


-David, Irene, ¿que tal? Ya no hay peligro, nos encargamos de todo. Ya no trabajaremos solos, no habrá más dúos... David ¡Apestas!



* imagen http://www.laspataguas.com/galeria.htm